García de Cortázar: “La Guerra Civil fue un hecho que arruinó el camino emprendido por la Generación del 98”
El historiador Fernando García de Cortázar acaba de lanzar ‘Y cuando digo España. Todo lo que hay que saber’ (Arzalia Ediciones), un libro donde reflexiona, entre otros asuntos, sobre la primera vez que España comenzó a tener conciencia nacional y, para ello, se remonta a la crisis de Cuba en 1898, las últimas colonias españolas de un imperio que hacía años estaba en profunda decadencia por la llegada de los movimientos de independencia en América Latina, el auge de la geopolítica y el enfrentamiento con EEUU, así como una gestión española progresivamente menos hegemónica y patriota que antaño, entre otros aspectos.
No obstante, probablemente haya que irse mucho más atrás que el desastre del 98, momento en el que surgió además una nueva forma de literatura y arte con la que transmitir el pesar español, para explicar en qué consiste ser español y cuidar de todo el patrimonio cultural que tenemos en estos momentos. Los Reyes Católicos, sobre todo el empeño de Isabel de Trastámara, fueron las figuras históricas que mejor entrañan el sentimiento de pertenencia a un lugar.
De hecho, la mismísima reina católica dejó ordenado en su testamento, sabiendo que dejaba el Reino de Castilla en manos de una hija insana, Juana I de Castilla, y de un príncipe borgoñón ambicioso, Felipe IV de Borgoña, que no se dejara en manos de extranjeros la gestión de la tierra que ella y su esposo Fernando de Aragón habían unido en un solo Estado, aunque con funcionamiento burocrático independiente.
Desgraciadamente, como bien dejaron contado los cronistas de la época y tiempos venideros, Castilla recayó en manos de Carlos I de España, a pesar de que Juana, su madre, era la reina oficial, dejó en manos de extranjeros el control de Castilla y eso provocó, entre otros problemas, la Revolución de los Comuneros en 1520 sofocada en 1521 con la Batalla de Villalar y el ajusticiamiento de los líderes de la rebelión: Bravo, Maldonado y Padilla.
Todos estos personajes y muchos otros también contemporáneos y posteriores, como el cardenal Cisneros, probablemente el religioso con más poder de toda la Historia de España, Alfonso X, Ramón Llull, el Conde Duque de Olivares e, incluso, Amancio Ortega tienen lugar en ‘Y cuando digo España. Todo lo que hay que saber’ con el fin de conocer y sentir de dónde venimos.
En cualquier caso, y dejando de lado la opinión de que fueron los Reyes Católicos los que convirtieron a España en una gran empresa mucho antes de la andadura de la Generación del 98, García de Cortázar defiende que no es “la primera vez que la idea de España entra en crisis. La resaca del desastre de Cuba llevó a los intelectuales del primer tercio del S. XX a preguntarse por la razón y la historia de nuestro país con una preocupación y un rigor que aún hoy nos aleccionan y conmueven”.
Aquí entran en escena figuras de alto renombre como Unamuno, Azorín, Machado o Menéndez Pidal porque, según relata el historiador, “de la indagación del paisaje (…) brotó un diálogo fecundo, clave para que España cobrara conciencia de sí misma e iniciara la tarea de conjugar la identidad nacional con la democracia y la reforma del Estado”. Y añade: “Porque, en el fondo, la crisis del 98 no fue más que una crisis de modernización” que los regeneracionistas de Costa, los catalanistas de Cambó, los conservadores de Maura y los liberales de Canalejas, los europeístas del 14 con Ortega y Azaña a la cabeza y hasta los poetas del 27, “sin cuya asombrosa producción lírica, España difícilmente habría tomado posesión de sí misma”.
Y es que, prosigue García de Cortázar, “la indagación sobre sus propias capacidades, incluso sobre sus perplejidades históricas, también estuvo ahí: en la salida a flote de una clara conciencia del propio idioma, en la voluntad de mejorarlo, de dotarlo de mayor fuerza expresiva, de dignificarlo hasta darle un lugar preferente en la cultura europea de entreguerras”. Cree, y así lo defiende el especialista, que la Guerra Civil de 1936 fue un hecho que “arruinó el camino emprendido” y, además, “para colmo de males, la irracional uniformización totalitaria del franquismo puso en marcha el proceso desnacionalizador más importante de nuestra historia”. Por ello, defiende en su relato, habría que esperar a nuevos tiempos de progreso y regeneración como país que vendrían de la mano de la Constitución de 1978.
Una vez más, de nuevo, teníamos en nuestras manos una nueva crisis y la oportunidad de echar a andar por la senda de la modernización para conformar un país que, lamentablemente, había quedado rezagado con respecto al resto de naciones de Europa. Ese Viejo Continente del que vivimos al margen durante cuatro décadas, a pesar de la indudable contribución a su construcción a través de los siglos. La Carta Magna, según García de Cortázar, fue el momento en el que se “pudo dar respuesta al gran problema de la democracia que obsesionara a Ortega y Azaña, cristalizado en el ciclo de cambios de Estado y de régimen que jalonó la historia de España del S. XX”.
Sin embargo, y así llega el historiador hasta nuestros días, cree que quedaron dos sumarios inconclusos en la Transición: “Definir los límites de descentralización que puede soportar la idea de España y atraer al cumplimiento de las reglas constitucionales a los nacionalismos catalán y vasco”. Ambos expedientes, aclara, son los detonantes de la crisis de “identidad nacional que viven hoy los españoles, mucho más aguda que en el 98, ya que entonces nadie negaba la condición de España como nación. Hoy sí”.
En definitiva, el pasado siempre trae el conocimiento de quiénes fuimos hasta el presente porque sólo así lograremos abrir surcos en la tierra donde plantar nuevas semillas que transformen nuestro futuro.